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David Lara Ramos

Cuando se habla de Aníbal Olier de inmediato pienso en una figura humana marcada por la abstracción, el movimiento y el color. Elementos que podríamos llamar vitales y que son sellos lacrados en sus lienzos...

David Lara Ramos

Escritor y periodista

Cuando se habla de Aníbal Olier de inmediato pienso en una figura humana marcada por la abstracción, el movimiento y el color. Elementos que podríamos llamar vitales y que son sellos lacrados en sus lienzos.

Si hablamos de sus razones pictóricas, diremos que está interesado en expresar esas virtudes de la vida que son rasgos sinceros de su cálida personalidad.

Olier es un ser que se entrega en sus obras, con la sinceridad del amigo que habla sin veladuras. Una obra que se muestra generosa, comunicativa, iluminante. Un hombre y una obra llenos de plenitudes, que le apuestas al ser humano, con esa fuerza y riesgo que definieron la luchas iniciadas por los primeros grandes románticos a mediados del siglo XIX.

Esta serie que ahora nos presenta está llena de abrazos, un esfuerzo que supera lo alegórico para dejarnos ver ese expresionismo definido por la libertad, el sentimiento, y colores que transmiten alegría y calidez. Los elementos dispuestos en el lienzo tienen la virtud de la multiplicidad comunicativa, es posible hallar en una sola obra una variedad de escenas e historias que son sólo posibles en el ojo de quien las mira.

Ante las luchas que pregonan la violencia, Olier propone las sinceras posibilidades de un abrazo. Lo hace luego de escudriñar en sí mismo, con la misma intensidad que lo hace en el otro, para luego construirlo como obra pictórica. Un ejercicio de comunicación cifrada que podríamos llamar a la manera del poeta Charles Baudelaire “el heroísmo de la vida moderna”, actitud que Olier nos regala en esta muestra, como quien comienza una nueva lucha.

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